Hora de hablar con franqueza. La pandemia en Chile, luego de varios meses, podrá haber acelerado el tránsito a mejor vida de algunos miles de septuagenarios (como este columnista) y habrá pasado. Ni se habrá movido la aguja del promedio de esperanza de vida. Pero el terremoto económico será grado 9, y sus réplicas podrán durar varios años.
El triple golpe “estallido social – sequía – pandemia” puede llevar a la quiebra en pocos meses a muchas empresas no solo pequeñas, sino también grandes y medianas, las responsables por el 70% del PIB, rompiendo así todos los encadenamientos productivos y comerciales. Aerolíneas, turismo, transporte terrestre, grandes tiendas, empresas exportadoras e importadoras, con proveedores y clientes extranjeros tan complicados como aquí. Todas las que producen bienes y servicios no esenciales están en riesgo grave. Por ello, el número de desempleados puede ser muy grande, lo cual a su vez disminuirá la demanda interna, cerrándose así el círculo vicioso. En la crisis del 82 el PIB disminuyó 14%, el desempleo llegó a 23%. No serían de extrañar cifras similares.
Sorprende, en este contexto, la timidez de los anuncios presidenciales. El paquete económico es la cuarta parte del de países europeos, como porcentaje del PIB. Además, buena parte de los US$ 11.750 millones deberán ser devueltos a los bancos o al SII en períodos relativamente breves. La ayuda a empresas medianas o grandes es casi inexistente, posiblemente por temor al qué dirán y a ser políticamente incorrectos.
Chile ha sido fiscalmente responsable por treinta años, gracias a lo cual la deuda pública, como porcentaje del PIB, es de las menores del mundo. Los impuestos personales a los más ricos siguen siendo muy bajos. Por ello, hay gran holgura para que, en esta eventual catástrofe, el gobierno rompa el chanchito. Podría aumentar la deuda pública al doble y aun así quedar por debajo del promedio OCDE. El Banco Central podría darle líneas de crédito especiales a los bancos privados para este propósito. Ya sabrán los economistas qué hacer y cómo ser creativos, pero lo que aquí está faltando es la decisión política.
¿En qué gastar? Para las empresas de todo tamaño, no se trata de subsidiarlas, sino darles un crédito estatal subordinado de muy largo plazo, como se hizo con los bancos en la crisis de 1982-83. También se pueden financiar grandes programas de infraestructura pública, por ejemplo, para acopiar y transportar agua subterránea y de superficie.
Para las personas, pueden ser subsidios a la pérdida parcial o total del empleo, seguros atractivos de desempleo, o incluso entregando un cheque mensual a la cuenta RUT, tengan empleo o no, a los siete deciles más pobres. Sería un gran paso hacia la equidad.
El círculo vicioso se podría cortar así, tanto por el lado del desempleo como del consumo y la inversión. Ahora o nunca, Presidente. No querrá pasar a la historia como el conductor de la más grave recesión económica desde el 82, por pura timidez política y financiera.
Esta columna fue publicada en La Tercera, el día 25 de marzo.