Se destapó una crisis de corrupción, a la que se sumó crispación creciente, violencia, delincuencia, y deslegitimación de las elites. Además, desaceleración económica y el cobre en el suelo, lo que impedirá satisfacer las expectativas planteadas por el programa de Bachelet. Mala mezcla. Este primer período se resume en un conjunto de reformas mayores –legítimas y necesarias–, pero realizadas con velocidad insostenible, desprolijidad insólita y peor comunicación.
Son síntomas de una enfermedad de causas profundas. La “monarquía presidencial” de cuatro años con elecciones municipales de por medio es una. La Comisión Engel nos reveló un sistema plagado de defectos que no sólo conducen a la corrupción, sino al continuo tráfico de influencias entre el Ejecutivo, muchos parlamentarios y los poderosos, que deteriora el proceso legislativo, el aparato de gobierno y los propios partidos. De ahí los descuidos esenciales: la educación, la eficacia del Estado, concentración económica, e inequidades sociales inaceptables a pesar del crecimiento constante por 30 años.
Hay una enfermedad más generalizada del tejido social: conductas deshonestas a todo nivel social, desconfianza de todos con todos, individualismo excesivo, clasismo, violencia intrafamiliar, y como lo mostró el Informe PNUD 2011, un descuido epidémico del “hacer las cosas bien”. Así no llegaremos nunca a un desarrollo económico que sea estable, equitativo y que permita construir un país mas “amable” en todo sentido.
Tenemos fortalezas comparativas respecto a América Latina, no sólo económicas, sino de instituciones tales como la Fiscalía, la Contraloría, Banco Central, un gran periodismo investigativo, y una encomiable capacidad de indignación ciudadana. Tal vez en otros países los escándalos habrían sido vistos con indiferencia, parte del panorama, y los fiscales ya habrían sido coimeados o asesinados.
Estamos en una encrucijada. Por un lado, está la tentación de muchos políticos de sacar un conjunto reducido y “aguachentado” de las recomendaciones de la Comisión Engel, una “manito de gato” para que sigamos como si nada, con la misma estructura política inadecuada. Por el otro, podemos transformar esta crisis en una oportunidad, con un conjunto ambicioso y sistémico de reformas, comenzando por un programa de estabilización y crecimiento económico, introduciendo reglas laborales y tributarias solidarias, claras y estables, una limpieza del tortuoso proceso de aprobación de inversiones privadas y públicas, y un programa de inversión en concesiones de infraestructura, que reactive al sector privado y que le cambie la cara al país con osados proyectos.
Hay que cambiar las reglas del juego. La primera de ellas es tomarse con seriedad todas las legislaciones ya propuestas para construir un sistema electoral y de partidos políticos confiable y democrático. Una vez logrado esto, requerimos de una primera reforma constitucional acotada y urgente: avanzar hacia un régimen semiparlamentario. La “monarquía” ya no da más. Con un renovado parlamento unicameral electo transparentemente, podemos seguir avanzando con reformas constitucionales de segunda generación, consensuadas y dialogadas con menos crispación.
Requerimos también de un programa de reforma, profesionalización y modernización del Estado, siempre prometido, jamás cumplido, que permita usar con eficiencia los ingentes recursos que deberemos invertir en educación, salud, pensiones, seguridad social, y el fortalecimiento de raquíticas instituciones tales como el sistema nacional de emergencias, y decenas de alicaídos y burocratizados servicios públicos.
Esto no se podrá lograr sin una nueva “épica de la ética”. No con cursos de educación cívica en tercero medio, sino con amplios programas comunicacionales y escolares que induzcan a nuestros niños más pequeños a respetar y empatizar con los demás, y una nueva generación de líderes políticos que prediquen con el ejemplo, que nos hablen con la verdad, sin demagogia y aunque duela.
Mario Waissbluth
Voces de La Tercera, 30 de julio de 2015