Durante la jornada electoral, me enteré con tristeza y preocupación que un grupo de la coordinadora secundaria ACES, acompañado por la anarquista presidenta electa de la FECH, se tomó el comando de Michelle Bachelet. Una acción menor, pero portadora de preocupantes señales.
Aquí va entonces mi comentario, dirigido a los infantilistas revolucionarios, de parte de un viejo de porquería que alguna vez también fue infantilista revolucionario y que conoció de cerca el delicioso golpe adrenalínico de este tipo de acciones.
Partamos por afirmar que Chile es el país más neoliberal del mundo, incluso más que EE.UU e Inglaterra, que bajo cualquier parámetro son casi socialistas comparados con nosotros. Tenemos la riqueza más concentrada del mundo, con abusos a diestra y siniestra, con la segregación urbana y escolar más aguda del mundo, con el modelo educativo más mercantilizado del mundo, por lejos. La elite de Chile estiró la cuerda al límite, de eso no hay duda. Yfueron los jóvenes, en el 2011, acompañados por sus padres, los que salieron a la calle y les pararon el carro. Bien hecho.
Sin embargo, las mayorías de Chile, aunque le pese a muchos vociferantes, no le están pidiendo a la inminente próxima Presidenta de la República migrar en cuatro años hacia un modelo cubano, norcoreano o venezolano. Este es un país esencialmente centrista, como ha quedado demostrado no sólo en la elección presidencial, sino sobre todo en la composición del nuevo Congreso, en el cual la Nueva Mayoría tendrá que entrar a negociar cualquier reforma de gran envergadura.
El programa de Michelle Bachelet, la virtual ganadora de la segunda vuelta salvo eventos impredecibles, no ha buscado ni busca estatizar toda la economía ni la educación, no aumentará los impuestos de un paraguazo de 20% a 30% del PIB, porque sería tremendamente desestabilizador, ni podrá dar gratuidad total de inmediato a toda la educación superior, cuando antes hay necesidades mucho más urgentes en educación inicial, reconstrucción de la educación pública, carrera docente, salud primaria en consultorios municipales y aumento de pensiones mínimas, por nombrar sólo algunas cuestiones acuciantes.
Chile, cuidando los equilibrios macroeconómicos y el crecimiento -sin el cual no habrá recursos fiscales para ninguna reforma- deberá migrar gradualmente, en plazos de una década o más, hacia un modelo más sensatamente afín a las socialdemocracias norte-europeas, aquellas más serias, como Holanda o Finlandia.
En una entrevista del 2010 hablé sobre la “inevitabilidad socialdemocrática en Chile”. En realidad es la única salida, si no queremos terminar enrejando las cinco comunas más ricas de Chile con pasaporte para la entrada. La otra alternativa sería el populismo, y la historia demuestra que en cada uno de los más de 50 experimentos de este tipo en América Latina, los pobres terminaron más pobres que antes.
Las epifanías son deliciosas para la adrenalina, para sentirse importante y trascendente marchando por las calles, tomándose la sede de los comandos y diciendo que todos los políticos son un desastre. Pero la pega que tiene el próximo gobierno es muy concreta. Realizar, entre otros temas, una reforma educativa sólida, negociar los recursos financieros necesarios y un aumento tributario en el Congreso, mantener el crecimiento y la estabilidad macroeconómica, resolver el grave problema de la energía y encontrar un mecanismo razonable para la imprescindible modificación de la Constitución.
En ese contexto, una de las señales más promisorias de la jornada del domingo fue la elección de la “patrulla juvenil” de dirigentes estudiantiles y sociales, cinco nuevos diputados que han tenido la sabiduría de optar por la ruta democrática para transmitir la voz de la calle a la decisión legislativa. Es sólo por la ruta de la renovación del Congreso, que a la corta o a la larga podremos recuperar la credibilidad de las instituciones políticas.
En suma, propongo que declaremos el 2014 como el inicio de la segunda transición. La primera fue en 1990, de una dictadura sangrienta y arbitraria, a una democracia pobre pero honrada e injusta, y lo supimos hacer mejor que otros países. Esta vez, que sea la mejor transición a la socialdemocracia de América Latina.
Súper latoso y poco heroico. Me inclino por los latosos, me declaro un viejo latero y fome.
Mario Waissbluth
Voces La Tercera, 21 de noviembre de 2013