Esta columna es el doble de larga que la más larga que he escrito. Si le da lata, abandone ahora y lo lamento. Pero no puedo explicar este problema más brevemente. Equivale a 4 páginas de Word.
Estudié en el Liceo Público José Victorino Lastarria. Mis padres, de clase media, me pusieron allí toda la Primaria y Secundaria – así se llamaban – hasta 1963. Conviví con estudiantes de familias más adineradas que la mía, y con algunos que subsistían acarreando cajones de fruta en el Mercado. Mis padres, en uso de su libertad de elección, consideraron que era la mejor alternativa educativa para mí, como lo había sido para ellos, y para mis dos hermanos mayores.
Sin embargo, yo puse a mis tres hijos en colegios particulares pagados en los años 1978, 1980 y 1995. Algo había cambiado en Chile, no en mí. Ahora, fíjese bien lo que le voy a decir. En el obsceno, perverso y segregador sistema educativo actual… lo volvería a hacer.
¿Por qué?
No es por la “calidad de la escuela”. Las estadísticas duras, de PISA, SIMCE o PSU, demuestran con meridiana claridad que el valor educativo que agrega una escuela del barrio alto vs. una municipal de La Pintana, si se corrige por la composición social de los alumnos, con copago o sin copago, por lo general y en promedio no es muy diferente. En el extremo, una escuela pública muy vulnerable, en materia de los simplones indicadores SIMCE, lo hace en promedio MEJOR que una del barrio alto, particular pagada.
Hay que explicarlo en forma cristalina porque la gente se resiste a creerlo. Los medios han sido insistentes en tratar de demostrar lo contrario, aunque la evidencia diga otra cosa.
Si transportáramos diariamente, durante 14 años, desde pre Kinder hasta 4º Medio, a los niños de La Pintana a Las Condes, y viceversa, dejando en su lugar los profesores, curriculum e instalaciones, los niños de La Pintana no lograrían ingresar a las mejores universidades y los niños nacidos en Las Condes sí.
Estos últimos tienen padres con mayor comprensión de lectura, menos problemas psicosociales, no viven en un barrio peligroso, practican más deportes, tienen profesor particular de piano, en su casa hay mayor y mejor uso del lenguaje, libros, computadores, viajes que ilustran, padres sin el stress de vivir con menos de 4 mil pesos diarios per capita (la línea divisoria entre el 50% más rico y más pobre de Chile). Hacen sus deberes escolares con chicos similares esa tarde, con calefacción, en casa de sus amigos del barrio alto.
Sus profesores en La Pintana habrían elevado el nivel de las exigencias e instrucción casi automáticamente, y los profesores de Las Condes, para poder atender niños vulnerables, se habrían visto forzados a disminuirlo drásticamente. Lo dicen los informes internacionales. Se llama “efecto par” y es muy fuerte.
Entonces, si no le estuve “comprando” a mis hijos mejores profesores, curriculum o metodologías, ¿por qué demonios lo hice? Simple. Lo que están (estuve) haciendo los padres que pagan escuelas particulares pagadas o con financiamiento compartido, COMPRENSIBLEMENTE, consciente o inconscientemente, en nuestro novedoso, único en el mundo, subsidiarista y perverso sistema, es comprar para sus hijos mejores compañeros, no mejores escuelas. En realidad, las escuelas están seleccionando a los apoderados, no los apoderados a las escuelas. Además, les están comprando mejores redes sociales para el futuro, cuestión de alto valor en nuestro apitutado país.
Así, las micro-decisiones individuales, comprensibles, nos están generando, colectivamente, un macro desastre social. Esto ha sido pulcra pero aterradoramente descrito por el Premio Nobel de Economía Thomas Schelling, en su libro “Micromotives and macrobehavior” (Micromotivos y macroconductas).
Estamos hacinando en las escuelas públicas a jóvenes de bajo nivel sociocultural. Para empeorar las cosas, muchas escuelas particulares no aceptan o expulsan a los alumnos más díscolos y menos aventajados, con lo cual terminan en las mismas escuelas públicas (les conviene hacerlo para “competir” mejor). Así, hemos creado verdaderos guetos socioeducativos, que auguran un pésimo futuro a la sociedad chilena, no sólo en los resultados escolares, sino en nuestra cohesión social. Las cárceles han triplicado su población en los últimos 15 años y la delincuencia sigue aumentando por más promesas y mano dura que se aplique. Al ritmo que vamos con el SIMCE de Lectura de 8º Básico, los niveles deseables de equidad y calidad se lograrían después del 2035… si llegamos.
Peor aún, estamos envenenando el alma no sólo de los padres sino de los niños de Chile. Los de pelo rubio miran con desprecio a los de pelo castaño, estos a los de pelo negro, y ya ni se diga si tienen “mechas de clavo” o son “flaites” de 6 u 8 años de edad. No me diga que no porque Ud. sabe que es así. Verdades inconvenientes.
A estas alturas, más de algún lector dirá: pero que cínico es este señor, protesta contra el sistema pero volvería a poner a sus hijos en un colegio particular. A lo cual le respondo: no señor, el cínico es usted, que quiere perpetuar esta inmoralidad y este suicidio de la conciencia y el futuro nacional. Yo al menos, estoy tratando de cambiarlo para que futuras generaciones no vivan esta obscenidad.
¿Cómo llegamos a esto?
Obviamente, nuestra sociedad es intrínsecamente clasista y segregada desde el Siglo XVI en adelante, con barrios rubios, castaños, morenos, etc. Pero los datos indican con certeza que la segregación escolar es bastante peor que la geográfica. ¿Por qué el sistema educativo se las ha arreglado para empeorar en lugar de mejorar las cosas? Por tres razones:
La primera es el condenado mecanismo del copago o financiamiento compartido, iniciado por la Concertación (el acto más contradictorio posible en una coalición supuestamente de centro-izquierda) y defendido con obuses y cañones por la Alianza. Es la fórmula perfecta para segregar por capacidad de pago, es decir, segregar socioeconómicamente. ES PARA ESO, pues los datos indican que los resultados del SIMCE entre escuelas particulares con y sin copago son casi idénticos. El copago es para entrar a un club aspiracional, no para brindar mejor educación.
Los excesivos e innecesarios costos de libros (casi idénticos a los libros producidos por el MINEDUC pero 15 veces más caros, no 2 o 3, sino 15 veces), así como los caros uniformes en colegios particulares con o sin copago, son en realidad otra barrera innecesaria pero práctica para espantar a los menos adinerados, disfrazada de “mejores materiales educativos”.
Lo más siquiátrico de esta política de escuelas con copago y financiadas en un 80 o 90% por el Estado es que estamos subsidiando con recursos públicos la creación de DESigualdad de oportunidades. Alguien dirá que es un derecho de los padres poner plata para la educación de sus hijos. Encantado, hágalo, pero no con recursos públicos de por medio. O bien, hágalo “a la holandesa”. Los padres que quieren aportar VOLUNTARIAMENTE a la escuela lo hacen, a través del Centro de Padres, que decide en qué se gasta. Pero no le pida al Estado que cofinancie la segregación. Si hay que otorgar una subvención preferencial para la clase media, hagámoslo, pero SIN copago.
La segunda razón es la deliberada y sistemática demolición de la educación pública, por acción u omisión de ambas coaliciones. La principal oferta educativa gratuita, no segregadora y pluralista fue llevada del 80% al 35% de la matrícula en 30 años. Podríamos escribir una columna completita con la lista de acciones y omisiones. La dejare para otro día. Alguien dirá: pero lo público funciona intrínsecamente mal. Falso. El 82% de la matrícula de nuestra admirada OECD es pública, y sin viajar tan lejos, hace 30 años la mejor oferta educativa de Chile era pública. ¿Qué raro, no?
La tercera razón fue el absoluto libertinaje con que se ha permitido a las escuelas particulares seleccionar y despedir a gusto a los alumnos menos aventajados cognitiva o emocionalmente. Incluso, la prohibición de selección académica en Básica establecida en la LGE ha sido violada sistemáticamente por muchas escuelas, desde el 2008, a vista y paciencia del MINEDUC, en flagrante abandono de deberes de supervisión de ambos gobiernos. Esto tiene peores consecuencias que “hacerse el cucho con el lucro universitario”.
Hacemos la práctica exactamente inversa a la de países avanzados. Allá, los niños más desaventajados reciben atención especial en la misma aula que los más aventajados. Acá, se los expulsa a la educación municipal porque es mal negocio tenerlos. Incluso si son sostenedores serios, lo tienen que hacer pues de lo contrario los competidores del barrio se los comerían con zapatos en el resultado del condenado SIMCE. Microdecisiones individuales comprensibles pueden causar macro desastres. Lo dijo Schelling, no yo.
¿Cómo comenzar a arreglar el desastre?
En primer lugar, como en la enfermedad crónica llamada diabetes, hay que tomar conciencia de su existencia. La mayoría de los chilenos, incluidos muchos de nuestros parlamentarios, después de 30 años de diabetes moral, ve la segregación como algo natural, incluso deseable.
En segundo lugar, diremos cómo NO hay que hacerlo. NO hay que terminar con la libertad de elección, y NO hay que estatizarlo todo ni terminar con las escuelas particulares. El sistema de provisión mixta en Chile tiene una tradición centenaria, la libertad de elección también.
Para comenzar a remediar esto (tomará mucho tiempo enderezar este transatlántico que escora moralmente) hay cuatro medidas, que son algunas de las propuestas de Educación 2020 incluidas en su documento “La Reforma Educativa que Chile Necesita” www.educacion2020.cl
La primera medida es terminar gradualmente con el más grave error de la historia democrática de Chile, el financiamiento compartido. En otras palabras, hay que dar gratuidad en la educación escolar, al menos aquella financiada por el Estado. Son miserables US$ 500 millones anuales, es decir, el equivalente al 1% de lo que gana el 1% más rico de Chile. Así como le digo, aunque no me lo crea. Es una gratuidad bastante más urgente que la de educación superior. A medida que vayan mejorando la subvención general y la preferencial, se le va poniendo tope al copago de los padres hasta que desaparezca. Por cierto, el actual proyecto de Subvención de Clase Media va en la dirección contraria, y hay que reformularlo, como lo postulé en mi columna anterior en este mismo blog.
La segunda. Terminar gradualmente con el lucro en la educación escolar. No tengo nada en contra del mercado y el lucro en los cepillos de dientes o los refrescos. Pero la evidencia internacional (ver evolución de datos de PISA 2000-2009) es que el mercado y el lucro en educación NO FUNCIONAN ADECUADAMENTE. No es, como algunos creen, porque algunos “malignos sostenedores” se llevan la plata al bolsillo mientras hay goteras en el techo de su escuela. Eso ciertamente ocurre, en algunos casos, al igual que hay algunos alcaldes malandrines que usan la plata de la subvención para contratar amigotes. El problema es otro. Los incentivos perversamente segregadores del lucro en educación son incontrolables e intrínsecos, aun cuando exista una Superintendencia y una Agencia de Educación vigilando todos los días.
Terminar con el lucro en 5 o 10 años es perfectamente posible. Se pueden diseñar soluciones financieras transicionales para no dañar los legítimos intereses de sostenedores honestos, que sí los hay y muchos. En Holanda el 70% de la educación es particular subvencionada, con el detalle que ningún sostenedor puede tener fines de lucro, ninguno puede cobrar copago, y todos los profesores reciben la misma escala salarial del sector público, por negociación colectiva nacional. Nadie diría que la Shell o la Philips son agentes del comunismo internacional. ¿O sí?
La tercera es reforzar radicalmente la cobertura y calidad de la oferta pública preescolar y escolar, incluso en los barrios adinerados y de clase media. La idea no es forzar a los apoderados a enviar a sus hijos a un jardín o escuela pública gratuita y sin selección, sino la de crear un competidor tan formidable a la educación particular subvencionada, incluso en Las Condes o Vitacura, que algunos padres comiencen a enviar a sus hijos a esos entes de excelencia, como mis padres lo hicieron conmigo. Ojalá yo hubiera podido mandar a mis hijos a este tipo de escuelas públicas, y si existieran, ahí sí que cambiaría mis decisiones.
En otras palabras, en lugar de 50 Liceos de excelencia que seleccionan, hay que tener 5000 escuelas públicas y 3000 jardines públicos de excelencia, que NO seleccionan ni por ingresos ni por capacidades. ¿Se puede? Claro que se puede. Es cosa de decidirlo, poner los recursos, hacer las cosas bien, modificar institucionalidades y limpiarnos la cabeza de telarañas.
La cuarta es poner coto, de manera radical, a las prácticas viciosas de selección y expulsión de alumnos, en escuelas públicas y sobre todo particulares subvencionadas, en educación preescolar, básica, y deseablemente, hasta 2º Medio. ¿Selecciona alumnos, con recursos del Estado, para dar DESigualdad de oportunidades? Lo lamento, perdió la licencia la segunda vez que lo pille. ¿Quiere expulsar alumnos por bajo rendimiento o problemas de conducta? Lo lamento, una Comisión Comunal de Apoderados y Profesores de Excelencia deberá revisar su decisión, sea Ud. escuela pública o privada. ¿Quiere botar a la basura los libros del MINEDUC y obligar a los padres a comprar libros 15 veces más caros? Lo lamento pero perdió la licencia la segunda vez que lo pille. Y si hay que mejorar los libros del MINEDUC (mito pero en fin), lo haremos pues.
Como ve Ud., con ganas no es tan difícil. Hemos cometido 40 años de errores educativos que atentan contra el corazón mismo de la República. Aún es tiempo de corregirlos. La alternativa de la elite será enrejar las cinco comunas adineradas de la zona oriente de Santiago y pedir pasaporte a la entrada.
Post data: En Educación 2020 no comemos guaguas. Lo único que pedimos es imitar en educación a la vasta mayoría de los países de la OECD, no a Corea del Norte. El sistema educativo chileno es una aberración única en el mundo.Las campañas del terror, de que queremos estatizar la educación, de que queremos terminar con la libre elección de los padres, son falsedades que no nos van a detener. Tenemos paciencia.
Post Mario Waissbluth
Blog de La Tercera, 8 de mayo de 2013