Rodrigo Jiliberto es economista, profesor de la FCFM de la U de Chile y colaborador del Centro de Sistemas Públicos de la misma Facultad.
Por donde se mire la COP25 no estuvo a la altura de las expectativas que se habían cifrado en ella. Dos artículos aún colgados en la web de la Convención Marco de Cambio Climático de Naciones Unidas grafican con elocuencia la brecha entre lo esperado y lo logrado: “La COP será la plataforma de lanzamiento de una ambición climática significativamente mayor” y “La ciencia debe ser el lenguaje común para impulsar la ambición climática”. Básicamente ninguna de las dos cosas se obtuvo… ni mayor ambición, ni una mayor dependencia de los acuerdos de los avances científicos.
Este fracaso no sería tan elocuente si no fuese por la urgencia que imponen los desafíos del cambio climático: no se trata de resolver un tema más o menos rutinario de la agenda de política global. No. Se trata de una emergencia climática planetaria.
Ante este hecho, es un imperativo poner en la mesa la cuestión de si es necesario revisar la estrategia de la política pública global de cambio climático.
De más está decir que la política global de cambio climático (PGCC) es extremadamente compleja: hay demasiados factores involucrados, desde la naturaleza global del problema hasta la dificultad para que los centros adapten sus criterios de decisión privados a los del bien común. No obstante, frente a esta complejidad, que sugiere que debiera haber más de una estrategia, la PGCC ha ensayado una sola, que hasta aquí parece insuficiente. ¿Y cuál es esa? Se podría denominar la estrategia del buenismo tecnocrático, que consiste en derivar, sin solución de continuidad, la política de cambio climático del discurso científico del cambio climático, apelando moralmente a la necesidad de responder ante una emergencia de tal envergadura, esperando que todos cuasi automáticamente actuasen en el buen sentido definido por el discurso científico.
Todo fracaso estructural merece una explicación estructural. Una primera explicación, desde la propia lógica de la estrategia actual, puede ser que las conclusiones del discurso científico, básicamente el de la emergencia climática, no funciona como un detonador/aglutinador político suficiente. Los dos últimos años han sido tremendamente fructíferos en informes científicos que reforzaban la idea de una emergencia climática y ellos no han bastado para mover la balanza de forma decisiva.
Si bien es sabido que el cambio climático está teniendo lugar ya, lo cierto es que hoy la gravedad de lo que está por venir no logra ser más importante que los problemas internos que las sociedades nacionales enfrentan ahora. Dicho de otra forma, los beneficios de actuar ahora son invisibilizados por los beneficios de hacer frente a otros ámbitos donde los beneficios resultantes —espurios o no— son más evidentes en sí mismos.
Estos factores han atentado, y seguirán atentando, contra la estrategia actual, y probablemente la inhibirán hasta el momento en que la emergencia no sea futura, sino actual. Entonces, quizás sea ésta una estrategia para ese tiempo.
Otra explicación para su fracaso puede venir desde fuera de ese marco conceptual. Y ella pudiera fundarse en discutir la validez de una estrategia de política pública basada estrictamente en el relato científico del cambio climático. ¿Cómo puede ser eso?
Por un lado, se puede discutir la eficacia de la estrategia de ingeniería inversa implícita en el discurso científico del cambio climático, que explica que un conjunto de emisores de gases de efecto invernadero (GEI) termina por producir una concentración muy alta de los mismos en la atmósfera que modifica el clima, lo que produce una serie de efectos climáticos que pueden resultar devastadores. La solución, por tanto, sería que cada emisor de GEI reduzca sus emisiones.
Esta estrategia de ingeniería inversa, que constituye el corazón de la PGCC, se funda en un supuesto muy poco discutido; a saber, que la sociedad global es un sistema indiferenciado que puede ser comandado globalmente por un programa tan simplificado. Los hechos parecen demostrar que no es así, sino que, por el contrario, la sociedad global es un sistema hipercomplejo, compuesto a su vez de millones de sistemas sofisticadamente diferenciados y autónomos, que no es previsible que se vayan a “ordenar” para dar cumplimiento a un mandato centralizado de ese tipo. Más aun teniendo en cuenta las debilidades decisionales de la emergencia comentadas anteriormente.
Por otro lado, se puede argüir que el discurso científico del cambio climático es en sí mismo insuficiente para modelar el problema de la PGCC. Y por una razón muy simple, porque describe el cambio climático como un fenómeno natural y no incorpora su arista social. Se entiende que para modelar el fenómeno se tiene en consideración las fuerzas motrices sociales de la generación de GEI, pero lo que no está modelado, porque literalmente modelarlo es imposible, son las dinámicas sociales. Entonces la PPGCC está fundada en la mitad de su problema de política pública. Esto ha traído de paso la “despolitización” del problema de cambio climático, pues de acuerdo a la mitad modelada, las cosas se pueden reducir a una cierta ingeniería. Y con la despolitización también se ha limitado la posibilidad de unir intrínsecamente la lucha contra el cambio climático con el cambio social. Esto, de paso, ha impedido mover la lucha contra el cambio climático desde el drama de sus efectos a la épica del cambio social, tan necesaria para movilizar la política pública.
Dada la forma en que ha emergido el cambio climático como problema de política pública (desde la ciencia) es muy posible que las cosas no pudieran haber ocurrido de otra manera, pero parece evidente que la agenda de política pública de cambio climático global no se va a mover sustancialmente si la estrategia no cambia.
Para que ello ocurra debe cambiar el discurso del cambio climático, incorporando su lado social incierto, politizándolo, uniendo interiormente la lucha contra el cambio climático con las aspiraciones sociales más profundas, haciendo creíble el llamado a defender un mundo que es de todos. Porque sí es de todos.